28 ago 2009

Francisco Correa L.


Cada tarde llega la muerte con su cascabel a pasear por los callejones

Lame el agua de los charcos y nos mira de reojo
espera que anochezca para acercarse: pide fuego
agradece con un gesto y
fumando se aleja entre la niebla.


Ornitología

Quemamos nuestra esperanza,
la fumamos enrollada en un billete para cantar escupiendo tristeza en la ciudad.

Aprendimos el arte de trepar la vegetación,
nos limpiamos la nariz con la sábana y desafiebramos los párpados con saliva.

Nos golpeamos los dedos, nos llevamos los dedos a la boca y la boca se llevó el dolor.

Bebimos agua.
Aullamos oscuros planes en las copas de los árboles. Comimos
escribiendo, escribimos aún sin comer. Cuando estuvimos solos
nos dijimos obscenidades al oído, esperando, esperando, esperando.

Nos estallaron las córneas jalándonos la vida y aún me asusta nuestro reflejo.


Cicatriz


Nos arañamos la memoria hasta formar
una zanja en el cerebro de la especie.

Extendiendo sus brazos, la fisura busca algún trozo de recuerdo:
finísimos brazos que se agitan y revuelven, buscando sin encontrar,
cicatrizan sobre una costra de tristeza que cubrimos con sombreros.


Sedimento

Llámame hijo pródigo o cadáver hallado en roqueríos de una playa al sur del sur,
llámame como dijeron plan tullido ciclistas-bomba o no me llames.
Dime mañana con arena en las verijas y una palabra entre los dedos,
musitando la empalagosa melodía de los vencidos.


Naufragio en tus costuras

pensé tanto en ti que mis sienes cayeron al piso, olvidé
mi nombre y el tuyo, mis pómulos se zafaron de su sitio
y me vi los ojos hacerse más angostos, y la lengua,
daría mi lengua por tener tus heridas.

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