26 ago 2009

Víctor Silva

Ha vivido en Concepción, en Valdivia y en Santiago, donde en su adolescencia se inició en la escritura poética en los talleres literarios del Liceo de Aplicación. Publicó el año 2006 la revista la Trinchera, muestra de poesía, y ha organizado lecturas poéticas con el objeto de promover y difundir la poesía. Continua inédito.






La casa del verdugo


Solíamos correr por los mismos caminos

Que de continuo ya teníamos gastados

Adosados a las suelas como viejos

Estandartes, polvorientos y marchitos

De países derruidos, ya inexistentes

La vieja casa nos saludaba diariamente

Con sus ventanas de trampa y destello

Por la que otros niños asomaron su destino

(Años ya que yacen dormidos bajo los fondos

Tutelares de la tierra y el implacable olvido)

Recuerdos de un pasado glorioso y de miedo

El temor de la inocencia

Con su aquiescencia de años infantiles

Cuando todo se abría grande a la inocencia

Y las nubes ya no eran nubes

Y ciertas formas solían aterrar…

Nos asaltaba de improviso mientras corríamos

Esa inquietud sin nombre, esa inquietud…

Esos reflejos sombríos y esos contornos

Como la sombra espigada de un árbol roído

Se presentaba falsa a ciertas horas

La noción perversa de creernos a salvo

Volvía al cuerpo como la lluvia al río

Cada vez que mirábamos de soslayo

Y la vieja casa quedaba atrás en el ocaso


La realidad


Una piedra que cae pesada sobre

La superficie plana del entendimiento

Y las ondas que alteran el principio

Quieto de una condición nominal

Una marca de tiempo en la piel como

una cicatriz que a veces nos devuelve

su dolor y con él la certeza del daño

que causa nuestra propia finitud

Un pesar de horas gastadas en la

Denuncia que hace la cama deshecha una

Mañana y deshecha también un anochecer

Un ave fantástica, una quimera y

En la imaginación un cuento

Que de niños solían leernos para dormir

Volviendo al pensamiento

Con su sabor de pesadillas

Y el temor de años por venir

Partículas de polvo en la ciudad

En esta, en otra cualquiera

Una mentira que parece verdad

Y verdades que no lo son tanto

Una vieja canción cantada por

la gracia de pulmones cansados

con un tufillo a tema desvaído que

de tanto sonar ya no logra encantar

Siluetas sin forma en la premura del día

Imágenes, gente, amor y deseo

Odio, guerra, carne y rutina

Y en la noche la eterna pena

Que permite a la sangre seguir manando

Y a la rueda seguir girando


Un anticristo común


Ódiame dios con tu grandeza de años viejos

Desprecia mi pequeñez de humano aterido

En esta desolación de consuelo y credo

¿De verdad depositaste tu poder en esas manos,

Reposando escrito en actas y libelos

Mientras tu hijo espurio dictaminaba presto

Desde su atemporal balcón los fermentos grises

De una distanciada autoridad?

¿Quién soy yo para descorrer el cortinaje

Para dejar entrar un sol que nadie quiere?

¿Quién soy yo para distanciarme

De tu pasión, de tu cruz y tu sacrificio?

¿Desvías acaso dios tu mirada hacia otro extremo

O de verdad es este un camino hacia la redención?

La paciencia de mis desvelos se difumina

Mientras te espero, y caigo triste en cuenta

de lo nada que ya me importa, sentir

una epifanía de un poder en el que no creo


Uno y el universo


Desdibujando el día desde tu ventana

Te detienes en la vista del ocaso

La calle afuera como rio de cemento

Apura la noche desde las luminarias

Te preguntas por el cielo estrellado

Por la inmensidad del vacio y el silencio

Y te ves ahí tan solitario pensando

que el universo está contenido

en tu pecho y en tus huesos

y que eres amor de todos

y todos son amor contigo

pero cuando finalmente ya ha caído

la hora negra con su manto

poco a poco se van desgranando

desde tus ojos todos los planetas

y lloras estrellas robadas

a cada alma contrariada


Para espantar la muerte


1

Después de mi la soledad

De los transeúntes

Poblando de pasos los adoquines

Después de ti el fogonazo

De un tiempo que fue

Para mi alma algo

Después, después

Vendrán las lluvias

Con su idioma de agua musitando

En el murmullo de las goteras algo

Como un adiós hermanos os extraño

Después, después

La rencorosa muerte

Que no perdona nuca

El haber nacido


2

Perdido el fundamento, podrido

Por costumbre de tenerlo, perdido

Polutos los sentidos, atrofiados

En la solicitud del hueso, idos

La carne que se abraza, que se siente

Que repasa y llora

Que nos devuelve en ciernes

A la distanciada esencia

De la que tú, muerte,

No podrás evadirte


3

Desde el polvo mismo: la vida

Desde las antiguas estaciones

Partió el carruaje

Con el auriga dirigiendo

Desde el pescante

Ordenando a los días pasar

A las horas caer

A la muerte llegar


4

La entraña de la tierra buscada a tientas

Y la sangre y la carne como un presagio

En el gozne de las edades el rubor

Ululando a escondidas el despertar del cuerpo

En el ojo de la noche quieto el cuarto

Y en el intersticio del recuerdo

La más dulce flor


5

La mujer con sus pétalos

la mujer

con su altiva displicencia

y su orgullo matricio

la mujer

con sus senos tutelares

la vida que emana

de la mujer

con su aroma

de secreto

en la desnudez

de su entrepierna

la mujer

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