Ha vivido en Concepción, en Valdivia y en Santiago, donde en su adolescencia se inició en la escritura poética en los talleres literarios del Liceo de Aplicación. Publicó el año 2006 la revista
La casa del verdugo
Solíamos correr por los mismos caminos
Que de continuo ya teníamos gastados
Adosados a las suelas como viejos
Estandartes, polvorientos y marchitos
De países derruidos, ya inexistentes
La vieja casa nos saludaba diariamente
Con sus ventanas de trampa y destello
Por la que otros niños asomaron su destino
(Años ya que yacen dormidos bajo los fondos
Tutelares de la tierra y el implacable olvido)
Recuerdos de un pasado glorioso y de miedo
El temor de la inocencia
Con su aquiescencia de años infantiles
Cuando todo se abría grande a la inocencia
Y las nubes ya no eran nubes
Y ciertas formas solían aterrar…
Nos asaltaba de improviso mientras corríamos
Esa inquietud sin nombre, esa inquietud…
Esos reflejos sombríos y esos contornos
Como la sombra espigada de un árbol roído
Se presentaba falsa a ciertas horas
La noción perversa de creernos a salvo
Volvía al cuerpo como la lluvia al río
Cada vez que mirábamos de soslayo
Y la vieja casa quedaba atrás en el ocaso
La realidad
Una piedra que cae pesada sobre
La superficie plana del entendimiento
Y las ondas que alteran el principio
Quieto de una condición nominal
Una marca de tiempo en la piel como
una cicatriz que a veces nos devuelve
su dolor y con él la certeza del daño
que causa nuestra propia finitud
Un pesar de horas gastadas en la
Denuncia que hace la cama deshecha una
Mañana y deshecha también un anochecer
Un ave fantástica, una quimera y
En la imaginación un cuento
Que de niños solían leernos para dormir
Volviendo al pensamiento
Con su sabor de pesadillas
Y el temor de años por venir
Partículas de polvo en la ciudad
En esta, en otra cualquiera
Una mentira que parece verdad
Y verdades que no lo son tanto
Una vieja canción cantada por
la gracia de pulmones cansados
con un tufillo a tema desvaído que
de tanto sonar ya no logra encantar
Siluetas sin forma en la premura del día
Imágenes, gente, amor y deseo
Odio, guerra, carne y rutina
Y en la noche la eterna pena
Que permite a la sangre seguir manando
Y a la rueda seguir girando
Un anticristo común
Ódiame dios con tu grandeza de años viejos
Desprecia mi pequeñez de humano aterido
En esta desolación de consuelo y credo
¿De verdad depositaste tu poder en esas manos,
Reposando escrito en actas y libelos
Mientras tu hijo espurio dictaminaba presto
Desde su atemporal balcón los fermentos grises
De una distanciada autoridad?
¿Quién soy yo para descorrer el cortinaje
Para dejar entrar un sol que nadie quiere?
¿Quién soy yo para distanciarme
De tu pasión, de tu cruz y tu sacrificio?
¿Desvías acaso dios tu mirada hacia otro extremo
O de verdad es este un camino hacia la redención?
La paciencia de mis desvelos se difumina
Mientras te espero, y caigo triste en cuenta
de lo nada que ya me importa, sentir
una epifanía de un poder en el que no creo
Uno y el universo
Desdibujando el día desde tu ventana
Te detienes en la vista del ocaso
La calle afuera como rio de cemento
Apura la noche desde las luminarias
Te preguntas por el cielo estrellado
Por la inmensidad del vacio y el silencio
Y te ves ahí tan solitario pensando
que el universo está contenido
en tu pecho y en tus huesos
y que eres amor de todos
y todos son amor contigo
pero cuando finalmente ya ha caído
la hora negra con su manto
poco a poco se van desgranando
desde tus ojos todos los planetas
y lloras estrellas robadas
a cada alma contrariada
Para espantar la muerte
1
Después de mi la soledad
De los transeúntes
Poblando de pasos los adoquines
Después de ti el fogonazo
De un tiempo que fue
Para mi alma algo
Después, después
Vendrán las lluvias
Con su idioma de agua musitando
En el murmullo de las goteras algo
Como un adiós hermanos os extraño
Después, después
La rencorosa muerte
Que no perdona nuca
El haber nacido
2
Perdido el fundamento, podrido
Por costumbre de tenerlo, perdido
Polutos los sentidos, atrofiados
En la solicitud del hueso, idos
La carne que se abraza, que se siente
Que repasa y llora
Que nos devuelve en ciernes
A la distanciada esencia
De la que tú, muerte,
No podrás evadirte
3
Desde el polvo mismo: la vida
Desde las antiguas estaciones
Partió el carruaje
Con el auriga dirigiendo
Desde el pescante
Ordenando a los días pasar
A las horas caer
A la muerte llegar
4
La entraña de la tierra buscada a tientas
Y la sangre y la carne como un presagio
En el gozne de las edades el rubor
Ululando a escondidas el despertar del cuerpo
En el ojo de la noche quieto el cuarto
Y en el intersticio del recuerdo
La más dulce flor
5
La mujer con sus pétalos
la mujer
con su altiva displicencia
y su orgullo matricio
la mujer
con sus senos tutelares
la vida que emana
de la mujer
con su aroma
de secreto
en la desnudez
de su entrepierna
la mujer
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